No hay milagro para Candela

Columna de Opinion

Por Alfredo Grande 

Psiquiatra y Psicoanalista. Director y actor teatral. Periodista y escritor Agencia de Noticias Pelota de Trapo (APE). Miembro Fundador y Presidente Honorario de ATICO (Cooperativa de Trabajo en Salud Mental.

“Compañero te desvela la misma suerte que a mí prometiste y prometí encender esta candela”. Mario Benedetti no hubiera merecido observar cómo otra candela se apagaba. Pero a Candela la apagaron.

Mientras miraba en un zapping furioso las noticias actualizadas en casi todos los canales, obviando a 678 que seguía su pelea con Magnetto, a la Su Gimenez que prometía repartir un millón de pesos, y a Duro de Domar interesado en la pelea de Maxi y Wanda.

Sabemos que las palabras son necesarias, especialmente cuando nada importante quiere decirse. O en todo caso, hay una apelación discursiva para que el sentido profundo siga oculto. Y yo estoy haciendo eso. Estoy escribiendo porque Candela no es mi hija, pero estoy escribiendo sobre Candela porque hubiera podido serlo. Pero insisto: no soy la madre ni el padre de Candela y entonces todavía puedo escribir. Y además, quiero hacerlo.

Cuando escribimos antes, intentando ejercer la función de la prevención social y política, somos pájaros de pésimo agüero. Cuando escribimos después, no hay palabras que logren el milagro de que el tiempo retroceda. Y no hay palabra que pueda poner vida cuando sobra la muerte. En esta cultura represora siempre la víctima será atrapada por la culpa. Y ésa será otra muerte, permanente, lacerante, insoportable. Y esa culpa de la víctima, diluye la culpabilidad del Victimario.

Con mayúsculas, porque no es un sujeto, sino un modo de producción político de injusticia e impunidad. Y hay víctimas, para decirlo de alguna manera, de primera generación. Pero hay ya varias generaciones de víctimas de la impunidad, que no es ausencia ni debilidad de la ley.

Es justamente la presencia y la fortaleza de la Ley del Represor. Y siembra la peor de las angustias: la confusión. Como todo es posible, desde el secuestro extorsivo hasta el secuestro con fines de explotación sexual, o laboral, o para tráfico de órganos, o está en la casa de una tía, entonces la confusión lleva a la parálisis. La salida es la bronca, pero no la de un día de furia individual, sino la de años de furia colectiva. Y no solamente reactiva, o sea, la del día después. Lo reactivo suele ser intenso pero también efímero. Intensidad atravesada por el dolor insoportable de la pérdida que nunca podrá ser elaborada. No hay duelo psicológico porque no hablamos de un corte, sino de un desgarro.

Candela desapareció, y toda desaparición es sin aviso y sin aclaración. O sea: la desaparición forzada es el paradigma de lo traumático. Y el trauma individual, político, histórico y social no se elabora en una, ni en dos, ni en diez generaciones. No es solamente una herida siempre abierta y sangrante. Es una herida carcomida, agusanada, infectada hasta el hueso. El animal herido se lame las heridas, pero sólo tiene herido el cuerpo. Las heridas del alma no pueden lamerse y a veces, hasta vergüenza da el consuelo. Alguna vez escribí un aforismo: “perdoname querido León, pero todo está clavado en la memoria”. No es casual que hoy lo recuerde. Mas de 500 personas desaparecidas y Julio Lopez y Luciano Arruga y Marita Verón, y todas y todos en esta democracia que apenas pudimos conseguir pero que todavía no podemos profundizar. El estado de bienestar que asigna no ha logrado, no ha querido, no ha sabido desmantelar a otros estados de malestar que arrancan la asignación mas importante: la vida. Fuerzas multiplicadas de seguridad que no sólo tienen el monopolio de la fuerza pública. Han organizado ese monopolio con una lógica estatal. El Estado dentro del Estado, pero no sabemos con precisión cuál incluye a quién. Sabemos quien gobierna. El 50% no deja lugar a dudas. El tema después de tantos años de democracia es saber quién reina. Porque ya es obvio que estamos ante poderosos reinos del terror, o mejor dicho, de los terrores. Desde la esclavitud sexual hasta el hambre que corroe el cuerpo y el alma. Pero a Candela la apagaron. Para siempre. Otras también están apagadas. También para siempre. Y nosotros, que deseamos seguir prendidos en esta lucha contra la cultura represora, tenemos que inventar fábulas que nos permitan seguir sonriendo, sonreír mientras lloramos. Y la fábula que yo me inventé, ahora, mientras escribo, es que Julio Jorge López es el abuelo que en Candela encuentra otra nieta. Y que juntos esperan que no dejemos de pensar, de sentir, de hacer para que haya justicia. Incluso la justicia por mano propia, que no es la venganza.

La justicia por mano propia es la lucha permanente contra todas las formas de la impunidad, como lo hicieron las Madres, las Abuelas, los familiares y sobrevivientes de Cromagnon y todas y todos que ya saben y no se olvidan que la justicia es algo demasiado importante para entregarla al Derecho y que la vida es algo demasiado importante para entregarla a las Fuerzas de Seguridad.

Yo sé que nos desvela lo mismo que me desvela a mí, y que el querido Mario Benedetti nos seguirá pidiendo encender otras candelas.

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