En abril de 1982 la Patria nos llamó, a mis compañeras y a mí, y partimos, junto al Hospital Reubicable de la Aeronáutica, al Sur con la intención de llegar a las Islas Malvinas.
Alegres, tristes y angustiadas a la vez íbamos a la guerra con la convicción de que teníamos que estar ahí porque para eso nos habíamos preparado como enfermeras y suboficiales de la Fuerza Aérea.
Al llegar a Comodoro Rivadavia nos dijeron que el Hospital se quedaba allí para recibir a los heridos que llegaban desde las islas y nos pusimos a armarlo, a acondicionarlo y luego nos dedicamos a esperar. Tenía 24 años.
Estando allí, una noche se apagaron todas las luces ante el peligro de un bombardeo y nos metieron en un refugio improvisado, unas cloacas en construcción, donde nos encerraron a tres de nosotras hasta que pasó el peligro. Nunca supimos si fueron muchos o pocos minutos pero para nosotras pasó una eternidad.
El 1º de mayo empezaron a llegar los heridos, la mayoría jóvenes soldados que, más allá de los gritos de dolor, lo que más hacían era llamar a sus madres. “Mamá, Mamá” era lo que más escuchábamos mientras los curábamos.
Volvían de un infierno y se encontraron con manos de mujer que lo ayudaban a rezar, que les daban contención y amor. Lo increible era que apenas esos jóvenes se sentían mejor decía que querían volver al campo de batalla. “Allá dejé a mi hermano, allá dejé a mi amigo. En la trinchera siguen estando mis compañeros” decían los soldados conscriptos. No así los cuadros militares.
Esos fueron los grandes héroes, los 649 que quedaron allá custodiando las islas más esos muchachos heridos que hacían el servicio militar y querían volver a combatir. A ellos les debemos esta democracia y por ellos debemos cuidarla.
Fuimos 14 mujeres que, más allá de las durezas de nuestra profesión de enfermeras, sufrimos violencia de género porque para los militares eran común el maltrato, estaba naturalizado el insulto y la descalificación. La superioridad tenía derecho a todo, era algo cultural que se aceptaba con naturalidad, como si fuera normal.
Algunas de nosotras tras el fin de la guerra fueron a buscar a los prisioneros a las islas. Por eso solemos decir que la enfermeras de la Fuerza Aérea estuvimos antes, durante y después del conflicto.
Por esa razón fuimos reconocidas por el Congreso de la Nación en los años 90 con una medalla y un diploma, al igual que todos los ex combatientes pero ese reconocimiento significó para nosotras el comienzo del calvario y, por ende, el comienzo de nuestra lucha. La lucha contra el olvido.
A partir de ese momento, nuestros propios compañeros se olvidaron de las mujeres, nos sacaron de la historia, comenzaron a dudar de nuestra presencia en la zona de conflicto. Nos “desmalvinizaron”. Pero no fue la sociedad, fueron nuestros compañeros.
Lamentablemente nuestra reacción fue agarrar todos nuestros recuerdos y meterlos dentro de una caja para intentar seguir con nuestra vida. Seguimos trabajando, nos casamos, tuvimos hijos, tuvimos nietos, siguió la vida adelante pero con nuestro pasado ocultado, ninguneado, escondido.
En el año 2010, luego de un problema personal, tuve un intento de suicidio. A partir de ahí comencé a psicoanalizarme y, en especial, me largué a hablar de aquella historia que había ocultado en un cofre de mi alma.
El stress post trauma puede durar años. A veces uno lo puede superar, a veces no. Con el psicoanálisis apareció la palabra Malvinas y con ella los recuerdos, la angustia enterrada y comencé a hablar, a largar todo, a contar mi verdad y la de mis compañeras.
Me animé a mostrar fotos, a contar mi experiencia y empezaron las agresiones, los insultos. No podían negar que estuvimos pero podían descalificarnos. Pero a todos esos palos que me tiraban, los usé para hacer una escalera y subir cada día un poco. Después de 30 años dejé de llorar y empecé a hablar, a gritar mi verdad, a contar mi historia.
Y dejé de ser la única loca y me siguieron Ana, luego Estela, después las compañeras de Córdoba, luego otras de Buenos Aires y no paramos. No estamos todas porque a algunas no las dejan hablar y otras no se animan pero nuestra voz se hizo escuchar de a poco.
Lentamente el velo se fue corriendo y la historia de las enfermeras de Malvinas surgió a la luz. Hasta ese momento no habíamos sido mencionadas en ningún libro, en ningún documental, ni convocadas a ningún acto el 2 de abril ni a ningún desfile.
Me dediqué a luchar por la visibilidad de nuestra historia más allá de las agresiones. Me rayaron el auto dos veces, me marcaron la casa, me descalificaron, me trataron de loca y de prostituta, me dijeron que lo hacía por plata, para ganarme una pensión, para salir en los diarios.
Todo eso me hizo más fuerte y me animé a volcar esos recuerdos y esas denuncias en un libro. Allí hablé de nuestra experiencia, de cómo vimos la mugre de la guerra con nuestros ojos, de cómo le limpiábamos el traste sucio a los que hoy miran para otro lado.
Hoy estamos participando de un documental, apoyado por el INCAA, y fuimos hasta la 9º Brigada Aérea para marcar el lugar donde estuvo el hospital y nadie sabía; el lugar donde nos escondieron la noche del apagón. Así también golpeamos los despachos de los senadores y diputados, recorrimos las redacciones de diarios y revistas y nos largamos a dar charlas en escuelas de distintos lugares del país.
Participamos del 3º Congreso Internacional de Historia Aeronáutica Militar Argentina, inauguramos el Rincón de la Mujer en Malvinas en el Liceo Aeronáutico en Funes (Rosario) y estuvimos en la Escuela de Aviación Militar y en la Escuela de Suboficiales.
Hasta pudimos dar nuestro testimonio en el Museo Nacional de Malvinas en Buenos Aires y sentir el enorme orgullo de poder desfilar con nuestro propio estandarte el 1º de mayo de 2014 ante la mirada asombrada de muchos.
Experiencia que repetimos el 10 de julio de 2016 en el marco del Desfile del Bicentenario de la Independencia donde tras ser anunciadas por el locutor como “las enfermeras mujeres Veteranas de Guerra de Malvinas” recibimos el aplauso y el reconocimiento de la gente.
Eso es lo que logran las mujeres cuando se lo proponen y se empoderan. Hoy cuando más nos ignoran, más no visibilizamos y más fuerzas tenemos. Porque luchamos por una deuda de honor que tienen con nosotras, con las mujeres que participamos del conflicto de Malvinas, con las veteranas de guerra.
Quisieron borrarnos de las historia y casi lo consiguen pero hoy con orgullo podemos decir que la historia nos parió de nuevo”.