Trata de Estado

Columna de Opinión

por Alfredo Grande, Psiquiatra y Psicoanalista. Director y actor teatral. Periodista y escritor Agencia de Noticias Pelota de Trapo (APE). Miembro Fundador y Presidente Honorario de ATICO (Cooperativa de Trabajo en Salud Mental).

Hace algún tiempo atrás, cuando se discutía sobre la modificación del Código Civil para legalizar el matrimonio igualitario, tuve una intervención en la Comisión del Senado que discutía el tema. A mi ponencia Página 12 la tituló “Ternura de Estado”, porque ése había sido uno de los pedidos que formulé al Senado.

Que alguna vez el Estado mostrara ternura. O sea: cuidado y afecto, protegiendo a sectores de mayor vulnerabilidad. La modificación se aprobó y eso fue motivo de alegría, pero el Estado no pudo sostener la ternura en otros espacios. Y eso es motivo de bronca y de tristeza.

La esclavitud sexual es uno de esos espacios. Si pudiéramos pensar en lo más opuesto a la ternura, la trata sería uno de los mejores ejemplos. Como toda actividad delictiva que adquiere un gran despliegue, no se puede entenderla desde ningún reduccionismo. Ni de género, ni de clase, ni moral, ni familiar, ni deseante, ni económico, ni cultural. Todos estos registros están presentes, pero enlazados en una trama compleja que hace difícil, por no imposible, separarlos y pensarlos en forma autónoma.

La Trata es una industria, creo que la más aberrante de todas. Otras industrias, como las armas, las drogas, los agrotóxicos, las pasteras, la minería a cielo y suelo abierto, son enemigas de la vida. La Trata tiene la macabra característica que comercializa un producto que es la vida misma. Y esa comercialización de altísima rentabilidad, supone múltiples delitos contra personas y comunidades enteras. Por eso la pienso como genocidio de género.

En el Seminario de Psicoanálisis Implicado de Mar del Plata, tuvimos una actividad desde el concepto de crímenes de lesa sexualidad.1 La sexualidad es enemiga de la cultura represora, ya que su despliegue implica alegría, creatividad, dignidad.

La Trata captura la sexualidad y secuestra a mujeres, niñas, jóvenes, para entregar la caricatura grotesca de la sexualidad, que algunos llaman prostitución. La pregunta a mi criterio es: ¿Por qué hay demanda de prostitución? Mi respuesta es: porque hay oferta. Y desde ya, muy amplificada en medios gráficos, artísticos, audiovisuales, deportivos. ¿Y por qué se oferta sexualidad? Porque la cultura represora desde siempre, ha creado mecanismos religiosos y laicos para reprimir la sexualidad.

Deseo y castigo, la extraña y siniestra pareja que atraviesa los albores de la cultura. Pecado original, ante el cual no se puede ser muy original: el castigo debe ser aceptado por la culpa de desear. En los dorados 60, la profecía del amor libre parecía que derrumbaba las jaulas que encadenaban el deseo. Se sostenía el amor, y se repudiaba la guerra, incluso la guerra al amor. Pero el “castigo divino” llegó, con la máscara aterrorizante del SIDA, que no casualmente fue bautizado inicialmente “peste rosa”. La cultura represora, potenciada por la moralina reaccionaria de las altas jerarquías de la iglesia de Roma, más los cómplices laicos diseminados en todos lados, realiza la versión perversa de la “obra de dios”.

En referencia al “padre” Fernando Karadima, dice Monseñor Carlos Rodriguez: “yo no niego que pudo haber pasado alguna situación íntima con algunos muchachos, pero dada la condición santa de Fernando se lo merece, estos fueron obsequios de Dios por su intachable labor como pastor de hombres, jóvenes, niños”.

Karadima es Paradigma de la cultura represora, a la que el piadoso monseñor llama la obra de dios. Este patético Monseñor coloca a Dios en el lugar de proxeneta, cometiendo una herejía de colosal dimensión.2 La sexualidad represora (esclavitud sexual, violación, pedofilia, incesto, pornografía, publicidad erotizada) se asocia con la sexualidad reprimida. Crean entonces un equipamiento donde la oferta permanente encuentra una demanda siempre creciente. No podemos reducir la demanda de prostitución a la patología individual del “cliente”.

El patriarcado reprime la sexualidad de la mujer y del varón, aunque permite en ciertas condiciones que la del varón se descargue. Pero a costa de mercantilizarla por lo que se denigra a la que peca y al que paga por pecar. Tampoco es casual que en el marco de la cultura represora y patriarcal, a la mujer que ejerce su sexualidad con plenitud y por fuera de los mandatos sacramentales, se la denomine “puta”, incluso por otras mujeres.

La propiedad privada también captura los vínculos. Y por lo tanto la sexualidad queda aprisionada en el corral de la monogamia, la heterosexualidad y la reproducción. Este corral cultural y represor es nafta para el incendio de la trata. Pero como éramos pocos, se asocia a la esclavitud sexual el tráfico de órganos de y de niñas y niños. Es el gran negocio de la mafia transnacional, una de las corporaciones mas poderosas de la historia.

Los Estados son copartícipes necesarios de la Trata, y muchos integrantes del “funcionariato”, cómplices directos. Por una parte sostienen el matrimonio, incluso el igualitario. Pero, por la otra parte, la más rentable, mantienen, disfrazan, y contribuyen a la impunidad jurídica y policial del tráfico de personas. Creo que el nuevo ordenamiento jurídico propuesto para el Código Civil va directo al fundante de la cultura represora.

Cuando se modifica el paradigma que organiza la cotidianeidad, podemos afirmar con temor a equivocarnos, pero de todos modos afirmar, que “lo revolucionario” está presente. No será “la revolución”, pero tampoco es seguir durmiendo y amaneciendo con tantos enemigos. Que el divorcio sea a petición deseante de cualquiera de las partes, que no haya que justificarlo en culpas o desacatos, engaños, deslealtades o bribonadas varias, es un avance que permite, como sostengo en mi Unipersonal “Así no es la Vida”, romper el mandato y descubrir el deseo.

Y este cambio fundante traerá, quizá más tarde que temprano, pero traerá una modificación radical en la forma de subjetivar la sexualidad en mujeres y varones. Nada desaparece de la tarde a la noche o de la noche a la mañana. La trata tampoco. Pero se irán demoliendo las condiciones subjetivas que la hacen posible y rentable.

Una vez que aprendimos que ninguna mujer nace para puta, también debemos aprender que ningún hombre nace para consumir prostitución. Pero es necesario legalidades que sostengan la legitimidad deseante. Por eso la reforma del Código Civil es fundante.

No creo que nuestra madre coraje, Susana Trimarco, pueda vivir en paz. Nunca más. Ella enseñó que no se trata de voluntad política, sino de amor en acto. Lo que los estados no pudieron, ella pudo. Conmover los cimientos del Estado Proxeneta, creo que será más factible cuando ley y justicia vuelvan a ser una cosa y la misma cosa. Mientras tanto, me parece necesario pensar al estado actual de la trata, como Trata de Estado.

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